Hay una llamada que nunca olvidaré. Ya han pasado varios años desde aquel momento, pero el sentimiento sigue vivo como si hubiese ocurrido ayer.

Era un sábado por la noche, pasadas las 11:00. Yo estaba en casa, descansando, cuando mi teléfono sonó. Vi el nombre de la persona que me llamaba en la pantalla: era él. Me sorprendió recibir su llamada a esa hora, pero algo dentro de mí intuyó que debía ser algo urgente… así que respondí.

Desde hacía unas tres semanas veníamos conversando. Un amigo suyo, cliente mío, le había recomendado mis servicios como paralegal, y desde aquella primera llamada nació una conexión de confianza.

Me había contado que había llegado a este país apenas ocho meses atrás, cruzando la frontera, escapando de algo mucho más grande que él: el miedo.

Era salvadoreño, y había huido tras ser perseguido por las maras. No pudo traer a su familia con él: su esposa y sus tres hijos pequeños quedaron atrás, escondidos en un remoto pueblo de El Salvador.

Recuerdo aún la emoción en su voz cada vez que hablaba de ellos. Su amor era tan palpable que, al escucharlo, no podía evitar imaginarme a mí misma en su lugar: mi hijo, mi esposo, todo lo que amo… en peligro.

Su historia me atravesaba: había sido golpeado, amenazado de muerte, y aun así, nunca se quejaba.

Su esperanza era su motor: soñaba con el día en que pudiera abrazar nuevamente a los suyos. Cada amanecer era un paso más cerca de reencontrarse.

Nuestras conversaciones siempre concluían en lo mismo:

— Quiero que ya llegue el día donde ya pueda estar con ellos de nuevo.

— Claro que sí, confiando en Dios así será, señor Óscar —le respondía.

— Primero Dios —contestaba con fe.

Después de esa primera llamada, me envió fotografías de las heridas que las golpizas le habían dejado, pero también me envió imágenes llenas de amor: su familia.

Yo me consideraba fan de sus estados de WhatsApp. Me inspiraba profundamente ver cómo, a pesar de estar a miles de kilómetros de su familia, él compartía con orgullo quiénes eran su mayor motor en la vida. Recuerdo claramente las edades de sus hijos en ese entonces: el mayor tenía apenas 11 años; el de en medio, 8; y el más pequeño, solo 5.

Sin adentrarme demasiado, bastaba una mirada para ver cuánto amor y dulzura había en ese hogar fracturado por la violencia.

Él me había comentado que estaba completamente solo en Estados Unidos. No tenía familia ni amigos aquí. La única persona cercana era un primo que lo había recibido cuando migración lo soltó, pero después de dos semanas comenzaron los problemas, y antes de cumplir un mes con él, lo echó de la casa.
Aun así, nunca renegó por esas acciones. Con una fe que conmovía, me decía que confiaba plenamente en la voluntad de Dios, y que aunque doliera en ese momento, estaba seguro de que detrás de todo eso había una bendición mayor esperándolo.

Creo que en medio de su soledad, se sentía bien al hablar conmigo. Yo no lo juzgaba, no lo presionaba para que iniciara su proceso… simplemente estaba allí. Le escribía de vez en cuando, saludándolo, respondiendo con cariño a los estados que compartía en WhatsApp de sus hijos, de su esposa, recordándole lo hermosa que era su familia, y deseándole siempre lo mejor desde el corazón.

Y así fue… hasta que llegó esa llamada, ese sábado en la noche.

Recuerdo que sonreí al ver su nombre en la pantalla. Sin embargo, estaba extrañada porque él nunca me llamaba en ese horario, por eso intuí que debía ser algo importante.

— ¡Hola, señor Óscar! ¡Qué gusto recibir su llamada! ¿Cómo se encuentra?

Me contestó un silencio espeso, inquietante… tan ajeno a su voz cálida de siempre; un silencio que no era propio de una mala señal, sino de algo mucho más profundo que se sentía como presagio.  Sin embargo, quise creer que la señal del teléfono estaba fallando.

Respiré hondo para votar esa mala interpretación que pensé tener del momento, volví a marcar una sonrisa en mi rostro y muy cálidamente entoné mi voz, de una manera que fuera tranquilizante al escucharla.

— ¿Señor Óscar? ¿Está usted bien? ¿Me escucha?

Entonces lo escuché. Un sonido que jamás podré olvidar irrumpió en ese vacío. Un llanto. Un sollozo desgarrador, un alarido del alma que atravesó el auricular y me heló el cuerpo. Ese tipo de llanto que no se puede describir, solo sentir… porque lleva el peso de una tragedia que no cabe en palabras.

Mis ojos se nublaron de inmediato, y mi corazón comenzó a latir con fuerza como si su dolor se hubiese instalado en mi pecho.

— ¡Me mataron, Liseth! ¡Me mataron!

Gritaba entre jadeos, como si su voz viniera arrastrándose desde una tumba abierta donde se rompía en mil pedazos, y con ella, mi alma.

Intenté mantener la serenidad, a pesar del temblor en mi propia voz, a pesar de que algo dentro de mí ya sabía que estaba a punto de escuchar una de las historias más dolorosas de mi vida.

— Señor Óscar… respire profundo, por favor. Estoy aquí. Vamos a encontrar la manera. Lo prometo.

— Liseth… yo… quiero morirme. No sé qué hacer…

Respiré hondo. Tragué el nudo que me apretaba la garganta y tomé los consejos que le estaba dando a él para mí.

—Tranquilo, señor Óscar. Cuénteme, ¿qué pasó?

Y entonces lo dijo… Lo que nadie quiere escuchar, lo que ninguna familia debería vivir:

— Mi esposa venía cruzando con mis hijos… iban a entrar de mojados. Pero cuando estaban cerca de la frontera… — Su voz se quebró, como si cada palabra le arrancara el corazón

— …cuatro hombres la agarraron… la vi0l4r0n frente a mis hijos…

Me quedé sin aliento. No era ficción. No era una película. Era real. Y yo estaba allí, escuchando lo imposible, sin posibilidad de darle un abrazo, sin posibilidad a nada.

—Mis hijos intentaron defenderla… los golpearon… a mi niño mayor me lo dejaron inconsciente…

—Su voz se ahogaba en su llanto—. ¡No sé cómo están! ¡No he podido hablar con ella! Solo me llamó una fundación en México… y no sé nada más, Liseth. Nada más…

Yo no podía creer lo que escuchaba. Era una escena atroz. Una pesadilla que ninguna madre, ningún padre, ningún hijo… ningún ser humano merece vivir. Su familia, esa por la que luchaba todos los días, había sido destrozada por la crueldad y la impunidad.

El dolor era tan inmenso que parecía llenar la habitación.

Yo lo escuchaba con el alma rota, con el pecho apretado, sin poder contener mis propias lágrimas.

Le pedí el número desde el que había recibido la llamada, le prometí buscar información, hacer lo que estuviera a mi alcance. Le hablé con suavidad, intentando que sintiera un poco de paz, aunque fuera mínima… aunque fuera apenas una brisa en medio de esa tormenta salvaje.

Él seguía llorando…No era un llanto común. Era un llanto que venía del alma rota, del pecho desgarrado, del corazón hecho trizas. Se lamentaba una y otra vez. Se culpaba con una crueldad que dolía escuchar.

— Todo es mi culpa, Liseth… todo esto es por mi culpa…— repetía, como un lamento que no cesaba.

Yo solo podía quedarme allí, sosteniéndolo con palabras que se sentían tan pequeñas ante una tragedia tan inmensa.

Y aunque intentaba consolarlo, no había consuelo posible. ¿Cómo consuelas a un padre que siente que no pudo proteger a los suyos? ¿Cómo le devuelves la paz a alguien que se siente muerto en vida?

Después de unos minutos eternos, en los que lo único que se oía era su llanto agonizante y mis palabras de consuelo… tomó aire. Fue un suspiro profundo. Uno de esos que vienen cargados de resignación y derrota. Y entonces, como si de pronto hubiese aceptado su calvario, como si ya no esperara nada más de este mundo, me dijo con una voz apagada, seca, resignada:

—Gracias por todo, Liseth…

Y colgó.

Así.

Sin darme opción de responderle.

Sin darme la oportunidad de decirle que estaba allí, que no estaba solo, que no lo soltaría. Me quedé mirando el celular en mi mano, como si algo en mí se hubiera apagado también. Una parte de mí se quedó colgando en esa llamada, suspendida entre la impotencia y el dolor…Y desde aquella noche…Nunca más volví a saber de él.

Llamé. Escribí. Busqué al amigo que le había dado mi número. Pero nada…El señor Óscar simplemente… desapareció.

Y aunque el tiempo ha seguido su curso, hay ausencias que no se borran. La suya es una de ellas. Su historia sigue marcando un lugar muy profundo en mi corazón, pues cada vez que recuerdo esa última llamada, siento nuevamente ese vacío en el pecho, ese dolor silencioso que no se olvida.

Sería una mentira si les dijera que esto no me afectó. Me marcó. Me removió. Me atravesó el alma.

Desde esa noche, algo cambió en mí. Decidí que, si el mundo a veces puede ser tan cruel, al menos yo podía ser un refugio, aunque fuera pequeño.
Empecé a tratar con mucho más amor, con más cuidado, a cada persona que me escribe. A escuchar más allá de las palabras. A responder no solo con respuestas, sino con corazón…Porque entendí que detrás de cada mensaje, de cada nombre en una pantalla, hay una historia que nadie más ve.

Una cruz que han cargado solos, una lucha que los ha traído hasta aquí, casi siempre rotos, asustados o cansados. No sé si esa noche fui el aliento que el señor Óscar necesitaba…No sé si mis palabras fueron suficientes o si, por el contrario, le fallé sin saberlo. Solo sé que hice lo que más pude, lo que mi corazón me permitió en medio del impacto. Y aunque han pasado los años, esa duda me acompaña como una sombra callada…Una zozobra que no se disipa.

Aun así, desde lo más profundo de mí, deseo con todas mis fuerzas que ese hermoso hogar haya logrado reconstruirse…Que su esposa haya sanado, que sus hijos estén protegidos, que él haya encontrado paz. Que, de alguna manera, el amor haya ganado en esa historia marcada por el dolor.

Es por eso que hoy, cada vez que alguien me contacta buscando mis servicios como paralegal, yo no veo solo un cliente… En mi mente, es como si volviera a hablar con el señor Óscar. Y entonces, le hablo con ternura, con paciencia, con humanidad… Porque uno nunca sabe si esa llamada será la última,y si detrás de esa voz hay alguien rogando, en silencio, no ser olvidado.

Escrito por: Liseth R Ortega CEO Aliados en USA LLC.

Si estás pasando por una situación similar contáctanos y buscaremos el mejor apoyo para ti. O si quieres compartir tu historia tienes este espacio abierto.

Tu futuro empieza hoy con Aliados en USA

¡Estamos aquí para ayudarte
a alcanzar tus sueños!

Juntos, superaremos cualquier desafío en tu camino hacia un futuro mejor.